Tuesday, July 29, 2008

Licenciatura en comunicación

Hace mucho que debí haberte matado. Años antes de este momento en el que tú, malagradecido y desobediente, lo haces por tu cuenta. Lo hiciste nada más por molestarme, por salirte con la tuya, como siempre. Seguro llevabas mucho tiempo planeando esta última desobediencia, esta que fue más, mucho más allá de los límites que de todos modos te la pasabas cruzando, y por lo cual yo, aunque me llamaran cruel, me la pasaba reprendiéndote.

Claro que no te quería, como iba a hacerlo? eras un animal sucio, cobarde, nada digno para tu especie a la que, solo yo lo sabía, no pertenecias. Por eso no te puse un nombre de caballo, porque no podías portarlo orgulloso como tal. Por eso te puse un nombre de humano. Porque al igual que un humano estabas lleno de vicios y defectos. Pero todo esto, claro está, solo yo lo notaba.
Nada más ella te quiso. A los demás, si mucho, les ocasionabas la misma respuesta que hubieran tenido frente a cualquiera de tus hermanos. Pero ella de verdad te quiso. Claro! ella fue la persona que más me hizo daño, tenía que amar a todo lo que yo odiara. Por eso te puse un nombre de humano. Por eso te bauticé con el nombre que en vida llevó la persona que mas he aborrecido. Ambos eran iguales. Ambos querían que fuera yo el que muriera. Pero aquí estoy ahora, vivo, y ustedes dos, contra mi voluntad, están muertos. Siempre fuiste desobediente. Incluso ahora, que excavo un hoyo en la tierra para echarte en él, lo sigues siendo.

Extrañamente hoy, aquí con la pala, sacando tierra del piso, siendo una persona diferente a quien fui, me siento igual al día en que llegaste. El cielo le irradiaba pesadez a los cuerpos que nos desplazabamos detrás de la carroza, también a mis pensamientos que se arrastraban detrás de mi, tan bajos que no los podía leer. La sequedad añadía letargo, detenía todo, hacía de cada centímetro cuadrado, de cada instante infinitesimal, un universo eterno, insoportable. El día digería todo aquello que me importaba y me lo vomitaba encima, ya no había nada que me importara. El día me quería matar. Llegamos al panteón y él ya estaba ahí, me miraba. Después del sepelio nos fuimos todos a la casa, él llegó más tarde contigo. Yo no dije nada, ni en ese momento ni las siguientes semanas. No hablé ni conmigo mismo. Recuerdo que mis primeras palabras después del funeral fueron para preguntar quien te había dado un lugar tan privilegiado en las caballerizas, aquel lugar que se veía desde la ventana de mi cuarto. Despedí a la persona que lo hizo. A ti se me olvidó matarte. Nunca te volviste a mudar de ese lugar privilegiado.

El maldito nunca volvió, ni para recogerte ni para disculparse por haber estado en el funeral. Me odié por no haber pensado, por no haber tenido fuerzas para correrlo de ahí, también por haber sido tan apático para devolverte a él. Los siguientes meses me la pasé viajando, tratando de ocuparme para no amargarme con autoreproches. Al volver, me esforcé en verte como a un objeto cualquiera, uno que no merecía mi interés. Traté de no relacionarte con él, sino con tu especie. Cuando me di cuenta de que había fallado fue cuando te bauticé con su nombre, lo hice para nunca olvidarme de cuanto seguía odiando, cuanto había fallado en tratar de olvidar. Lo hice para no olvidarme de que, por más que uno lo intente, es imposible olvidar.

Aún cuando fuiste un regalo que yo no deseaba conservar y así lo explique desde el principio, ella insistió tercamente en cuidarte por los primeros meses. Al cabo de apenas un par de años ya tenías el tamaño necesario para ser montado. A mi nunca me lo permitiste, nisiquiera en estos últimos meses en los que no tenías fuerzas para resistirte. Ni siquiera ayer que ya tenías planeada tu muerte; preferiste tirarte en el piso y estarte ahí por muchas horas sin poder levantarte antes de que me acercara a ponerte la montura. Pero a ella siempre la dejabas montarte, y siempre lo disfrutabas. Aún cuando era a mi a quien le debías fidelidad, aún cuando era yo la persona que te proporcionaba alimento y vivienda, la persona gracias a la cual vivías. Te volviste su mascota y lo disfrutabas, podía verlo en tus ojos que con ella eran otros. Cuando me mirabas a mi tu mirada se volvía la de un humano, la de él. Por eso te dejaba días sin comer, por eso te dejaba durmiendo encadenado a un poste los días de tormenta. Porque nunca me permitiste una mirada igual a las que le dabas a ella, aún cuando era a mi a quien le debías fidelidad.

Recuerdas cuando ella se fue? Claro que no, no puedes recordar nada, no eres más que un cadaver adentro de un hoyo en la tierra, 400 kilos de carne muerta, carne que odié, y a la que no sé porque, le sigo hablando. Te quiso llevar con ella el día que se fue, la muy imbécil incluso me ofreció dinero por ti. Y cuando le escupí y aventé su dinero al camino de tierra bordeado de cactáceas, no se trató de que yo te quisiera, si no de lo contrario. Al escupirle a ella te condenaba a ti, al condenarte a ti, a ella la lastimaba y al lastimarla a ella me confesaba a mi mismo que todos menos yo eran culpables de mi odio. Después de ese momento, después de que advertí que ella se interesaba más por ti que por mi, después de que me ofreciera su vulgar dinero que de todas formas era mi dinero, dejaste de ser prescindible. Después de ese momento supe que tenía que conservarte.

Desde entonces empecé a temer que te murieras. Hoy lo hiciste y ya no soy lo mismo. Todo volvió a cambiar. El mundo se volvió real y pesado. Más pesado que mi cuerpo siguiendo la carroza bajo el sol el día que llegaste, más real que la soledad que ella dejó al irse, humillada y ofendida, por el camino bordeado por cactáceas. Nunca he llorado como en este momento, ni en el funeral, ni el día en que ella se fue. Ahora que ya no eres, su muerte es mi culpa, ahora que ya no eres, no tengo nada por lo que ella pudiera volver.

Debí haberte matado hace años, porque ahora que tú, malagradecido y desobediente, lo haces por tu cuenta, todo mi pasado se vuelve hacia mi y me hace culpable de mi odio, ese que jamás me abandonó. Ahora que ya no estás, no hay nada que lo detenga, nada que me oculte la verdad.

Hace mucho tiempo que debí habernos matado.

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