Saturday, September 6, 2008

Recién llegado

No creo en los viajes en el tiempo, y si se me preguntara si creo en el tiempo no sabría que contestar, pero de lo que estoy seguro es de que SÍ y NO no son las respuestas que daría. A pesar de esto, y en vez de creer que nosotros nos podemos mover a través de él, sí creo que el tiempo se mueve a través de nosotros a su antojo o al menos en intervalos tan irregulares, que hacen pensar que son deliberados exclusivamente por él (al contrario del constante y rítmico desgaste del que somos testigos y víctimas, en el que además del tiempo, participa lo físico; la materia de la que nos componemos, y nuestra conciencia siempre atenta aunque sea colectivamente).

De esta (y tal ves de alguna otra) manera el tiempo se nos presenta como lo único fresco; como la novedad y lo perecible. Sorprende a los que nos creemos preparados con una dosis ínfima, apenas perceptible, de pasado que bien, por su ambigüedad, podría ser el futuro conjugado con diferentes reglas.

Caminaba y pensaba esto cuando una brisa, un cielo que por su caracter otoñal negaba el verano al que pertenecia, una calle conocida, y otra cosa -tal vez un olor o una ruta mental- convergieron e invocaron a otros tiempos en los que derrepente me hallé sumergido. Era un viejo otra vez; un viejo que pensaba del mañana lo más simple: sucesión y acumulación. Que mal estaba. Solamente siendo él por segunda vez fue que lo pude ver: a la resurrección de las emociones, al eterno retorno.

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